No me sentía representado por los acampados que quedaban en las plazas españolas. Hace días que dejé de pasarme por Sol. No me gustaban las asambleas que pretendían ingenuamente arreglar el mundo. Las señales extravagantes que desvirtuaban el movimiento y sus peticiones iniciales llenándolo de meditaciones trascendentales, cuencos tibetanos, comisiones del amor y Om planetarios. Me parecía que estaban dando una imagen inadecuada, perjudicando claramente la consecución de los fines inicialmente buscados, y ahuyentando a muchos ciudadanos que no se veían cómodos en medio de semejante parafernalia. Me habría parecido muchísimo más sensato optar por concentraciones masivas todos los días a una hora determinada para mantener el pulso informativo, sin acampar ni generar problemas de orden público, pero es lo que tienen los movimientos sociales: no admiten ningún control.
Pero entonces llegó esto:
Ver esto hace que las cosas cambien mucho. Ver a policías agrediendo a ciudadanos sentados en el suelo con las manos en alto, es algo que solo puede generar más indignación. Los
mossos no actúan por iniciativa propia: han sido enviados ahí por un político, con unas órdenes concretas. Podía procederse de muchas maneras, podía desalojarse ordenadamente, podía hablarse, podían hacerse muchas cosas. Pero por alguna razón,
un político que debe ser inmediatamente cesado y procesado ha dado la orden de cargar, de agredir, de atacar a los ciudadanos, de herir por el momento a más de cuarenta personas.
Han conseguido volver a dar fuerza al movimiento. Esta tarde no solo estarán ahí los que estaban acampados: volverá a estar la representación de toda la ciudadanía. Ciudadanos ahora más indignados. Si ellos quieren limpiar la plaza, nosotros queremos limpiar la democracia.
http://www.enriquedans.com/2011/05/la-democracia-comiendose-a-sus-hijos.html
En la imagen ustedes pueden ver una lucha totalmente desigual. Por una parte, en el suelo, un grupo de personas se defienden con toda la potencia de sus manos, sus dedos y sus brazos; se defienden con esas armas de destrucción masiva llamadas pensamientos, ideas y, sobre todo, principios. Y al otro lado, en cambio, unos pobres infelices intentan acabar con ellos simplemente con unas porras.