"El revés de la trama" y "Un disidente prefabricado" son dos excelente artículos sobre Wikileaks desarrollados por el periodista Walter Goobar.
Ni la más audaz novela de John Le Carré o la trilogía de Stieg Larsson hubieran ideado una intriga en la que una difusa organización altruista y seudoanarquista filtra los presuntos secretos que Estados Unidos desea guardar. O filtrar. En el centro de la historia está Julian Assange, un australiano de 39 años, con un oscuro pasado como hacker, que lidera -desde la clandestinidad en el sur de Inglaterra-, una minúscula y críptica organización depositaria y transmisora de los secretos de una superpotencia que no se avergüenza de las atrocidades que comete pero sí se alarma de que sus fechorías sean conocidas. La trama es demasiado buena para ser real.
Los 1,6 gigabytes de archivos de texto que contienen los 251.287 cables del Departamento de Estado, procedentes de más de 250 embajadas y consulados estadounidenses, han desencadenado un reality show a escala planetaria. Pero, más allá de la fascinación vouyerista, vale la pena preguntarse quienes son los verdaderos y falsos perjudicados y los verdaderos y falsos beneficiarios con esta gigantesca operación político-mediática.
No es necesario dejarse llevar por la paranoia ni esperar a la próxima novela de John Le Carré para formular algunas preguntas y encontrar algunas respuestas.
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